A la puerta de su casa Jesús estaba jugando.
(Igual que todos los niños, Dios juega también a ratos).
Soberbio, orgulloso, fiero, el pretor pasa a caballo.
No detiene su galope; a una niña ha atropellado.
Viene su madre, angustiada, y la toma entre sus brazos.
La niña ya no respira. La vida se le ha acabado.
¡Cómo llora la mujer! Igual que un río es su llanto.
Jesús le dice: “No llores”, y luego pone su mano en la frente de la niña, y la niña ha despertado.
Ríe la madre; José ríe; ríe todo el vecindario.
Pero la Virgen María a solas está llorando.
“¡Quién tuviera un hijo -dice- que no hiciera milagros!”.
AFA.
¡Hasta mañana!...