Morosos días son los del final del año, lentos, lánguidos, cansinos como un poema de Verlaine.
Yo procuro que no se vaya de ellos el espíritu de la Navidad. Ayer releí, completo, el Cuento de Navidad, de Dickens. Hoy me propongo ver de nuevo -¿cuántas veces la habré visto?- esa imperecedera joya navideña de Frank Capra, It's a wonderful life. Mañana escucharé villancicos mexicanos, los de Miguel Bernal Jiménez, los de mi inolvidable amigo y maestro Silvino Jaramillo.
Esta época, que es para mí la más bella del año, tarda mucho en llegar, y se va pronto. Revivo mis días infantiles, cuando la espera de la ansiada noche en que llegaría Santa Claus se hacía eterna, y en un instante se iba el gozo de la temporada.
Tres etapas, se ha dicho, hay en la vida de un hombre. En la primera cree en Santa Claus. En la segunda ya no cree en Santa Claus. En la tercera él es Santa Claus. Yo pasé ya las tres etapas, pero llevo todavía en mí el recuerdo de las navidades que mis padres me dieron. Ese regalo no ha desaparecido.
Todos los días deberían ser de Navidad. Todos los días deberíamos poner un nuevo Nacimiento en nuestro corazón.
¡Hasta mañana!...