
David Lomelí, voz mexicana de dirección artística
Su voz dejó marca en la ópera mundial. No existía escenario que no aclamara su nombre, pero la vida le tenía preparado otro destino, aunque siempre dentro de la música. La aparición de un tumor en su diafragma, hizo que el mexicano David Lomelí se replanteara seguir actuando. Al principio lo intentó. Ante una pequeña desafinación en su voz, cambió de maestros, consultó distintas perspectivas y analizó las alternativas en la baraja.
Recientemente, David Lomelí fue nombrado director artístico de la Ópera de Santa Fe (Nuevo México). Conocido es su exitoso paso por la Ópera de Dallas, donde revolucionó la industria en distintas aristas. La pandemia le ha traído otro reto, pues el mercado de la ópera está en metamorfosis. Adaptarse a los cambios es la clave de sol que necesita toda partitura.
Inicios
Estudiaba Sistemas en el Tecnológico de Monterrey cuando una beca lo acercó al departamento de Difusión Cultural, quien más adelante formó una compañía universitaria de ópera y entonces el tenor tuvo la oportunidad reflejar sus primeros destellos. Él ya era aficionado al canto, tuvo madera familiar, cuando Hugo Garza Leal confió en su talento.
“Vocalmente, me entrenaron muy bien. Después, me mandó con el tenor Manuel Acosta. Como que siempre hay una vida paralela de una formación musical importante, al mismo tiempo de que hacía la carrera. Cuando me gradué, me fui a estudiar a Milán, con Rolando Garza, un mexicano que estaba haciendo cursos allá. Allí conozco a Mignon Dunn, una maestra soprano, y ella me recomienda el SIVAM (Sociedad Internacional de Valores de Arte Mexicano). Tuve que ir a Milán para regresarme a México y en SIVAM, la señora Pepita Serrano y mi maestro César Ulloa, que se volvió mi maestro principal, me llevan eventualmente a conocer al maestro (Plácido) Domingo y ahí me cambia la vida”.
Encontrarse con Plácido Domingo es un acento de su vida que lo acompaña. Más adelante, el tenor español le dio la oportunidad de trabajar en su compañía. Su manera de entregarse a la música lo inspiró a adquirir el mismo compromiso, donde el alto rendimiento y la disciplinas fueron leitmotivs constantes. David se enfocó, nada importaba más que aprender del maestro todo lo posible para aplicarlo en sus primeros papeles.
“Muy rápidamente me identifico con Rodolfo (La bohème de Puccini), fue uno de mis caballos de batalla. No fue lo que canté más por todo el mundo, pero Rodolfo ha sido mi rol por el que fui muy bookeado. Hice mucho Donizetti, me gustaba mucho cantar Morino Faliero, Lucía de Lammermoor, María Estuardo, Anna Bolena”.
El registro de David Lomelí era similar al de Luciano Pavarotti, eso le permitía jugar con las obras de Donizetti. También pudo interpretar a Verdi, con sus respectivas dosis de La Traviata, Rigoletto y el Réquiem, con el cual pudo debutar con la Filarmónica de Berlín o con la de Los Ángeles.
“Siempre tuve una gran afinidad artística con el periodo barroco, pero nunca pude cantarlo de profesional. Entrené mucho, me gustaba mucho así, privadamente, pero como tenía gran facilidad para cantar agudos, obviamente mi voz italiana sonaba mucho así”.
Resiliencia
Lomelí había cantado Guillermo Tell en Praga y Lucía en Pittsburgh, con notable calidad. Tuvo otra presentación en San Francisco, donde interpretó Werther y allí se le hizo notar que, en un aria, su voz se quedaba a dos tonos de lograr lo requerido por la partitura.
“Era muy raro, porque generalmente me pasaba de afinación. Canté en Pittsburgh, también canté muy bien y en una función mi coach me dijo: ‘Oye, te quedaste en estas dos o tres notas’. En enero regreso para cantar a Houston, me tomé un mes de descanso, donde no canté mucho y cuando volví a cantar dos semanas antes de cantar de nuevo en Houston, a finales de enero. Noté que mi afinación estaba más baja y yo no podía accesar a mi sentido de cantar bien. Termino no cantando en Houston por primera vez. Fue un tropiezo fuerte. Esto es después de Santa Fe, Nueva York, París, ahí estaba ya en carrera. Y es un fuerte bajón: ‘¿Qué pasó?’. Traté de cambiar maestros, empiezan dos o tres años de cirugías, de ver qué pasa y cuando me diagnostican con el tumor en el diafragma, yo tenía un rehab muy largo enfrente de mí”.
Aunque no tiene lesiones vocales, Lomelí comprendió que ahora tendría que vivir de algo que no fuera su garganta. Su diafragma se había lesionado y costaría mucho tiempo y esfuerzo regresar a su antigua agilidad, algo que tampoco estaba garantizado.
“Me costó un buen. Estuve seis años en terapia física, después de eso. Pero ya empecé la carrera de administración artística, primero en la Ópera de Dallas. A los dos años me hicieron director de casting, dos años después me hicieron director artístico y al año siguiente me hacen director de casting en Múnich”.
Lomelí decidió no dejar la ópera, pero tuvo que comenzar de cero en un rubro totalmente distinto. Sus primeros pasos fueron como asistente e igual que un crescendo, alcanzó alturas más alejadas en la Ópera de Dallas. Su ingenio al interpretar lo trasladó al ámbito de la gestión, le ahorró dinero a la institución y apostó por áreas poco atendidas, como el caso de las cantantes mujeres.
“Es comerte el ego con cuchara. Yo venía de ganar un dineral, de ser el tenor, de tener una vida muy egoísta y, cuando me dicen que si lo extraño, les digo que claro, no nada más porque me encanta cantar y porque cuando estaba en prime time, hacía con mi voz lo que a mí me gustaba, lo que yo quería […] Es parte de hacerte terapia. Tuve mucha terapia mental también y comértela. Ahora en el negocio, es un completo cambio de mentalidad y de espiritualidad, porque mi trabajo, entre mejor soy, es cuando más lo hago en pos de otras personas”.
Lomelí comenta que la ópera es una industria que se alimenta del público en vivo, y que esté regresando a los teatros en grandes cantidades porque la pandemia por COVID-19 no ha terminado. A eso añade los cambios geográficos que se suscitan en el mundo, sobre todo con la guerra de Ucrania, pues Rusia es un gran jugador de la industria.
“Ellos tienen muchísimos artistas, muchísimas orquestas, pero también muchísimo turismo y fondos estatales y privados. Ellos pagan muchísimo de la industria, en muchas partes, en Salzburgo, en Estados Unidos. Sin esos fondos, sin esos turistas, sin los turistas asiáticos que viajaban mucho (porque ahora tienen muchas restricciones para viajar), la economía de la industria de la ópera está un poco lacerada”.
Ahora, en su papel como director artístico de la Ópera de Santa Fe, David Lomelí se empeña en continuar con la misma aria de decisiones, el cual le ha otorgado tanto éxito. Para 2022, se prepara Tristán e Isolda de Richard Wagner al lado de las mezzosopranos Jamie Barton y Tamara Wilson. También añade que le gustaría trabajar con compositores mexicanos, como lo es Gabriela Ortiz.
“La misión del teatro de Santa Fe es muy extraña, porque obviamente es el festival de ópera más importante del continente, pero también tiene una audiencia muy particular. Es una audiencia que es la más fanática de Estados Unidos. Hay que darles un producto muy elaborado y una dieta muy particular, porque ahora sí que nuestro cien por ciento de la audiencia tiene que viajar a nosotros. Ellos quieren ser un teatro un poco más fundamental a nivel de programación, entonces estamos haciendo muchas coproducciones con Múnich, donde también colaboro y nos funcionan este sistema de alianzas culturales. También con Dallas, donde sigo trabajando. Eso nos ha ayudado a bajar costos a las tres compañías de ópera, pero también a realizar artísticamente cosas importantes. ”.