Mirabas con atención el paso de las nubes, Terry, mientras ellas miraban con displicencia nuestro paso.
Nos parecemos a las nubes, perro mío. Ahora estamos y nos vamos luego; somos, y al rato ya no somos.
Perdóname. Esos pensamientos son de filósofo que nunca tuvo un perro. Tú ya no estás aquí, y sin embargo sigues con nosotros. A mí señora, a mí y a nuestros hijos nos parece oír todavía tus leves pasos por la casa, tus vehementes ladridos cuando creías que algo nos amenazaba, tus gañidos si en el sueño un mal sueño te afligía.
Las nubes pasan, Terry, y no queda ninguna huella de su paso. Nosotros dejamos esas huellas que luego se convierten en recuerdos. Los que dejaste tú son todos buenos. Debí seguir siempre tu ejemplo de bondad. Pero qué quieres, Terry: no soy perro; soy solamente hombre.
A veces pienso que debí ser nube.
¡Hasta mañana!...