Hoy hace cuarenta y cuatro años, posábamos para la tradicional fotografía al finalizar el quinto año y egresar de la facultad de veterinaria. Vestíamos totalmente de blanco, filipinas que "entonces" lucían con figuras esbeltas y atléticas, cabelleras frondosas y oscuras, cuerpos erguidos y rodillas firmes, la enorme sonrisa reflejaba el regocijo de haber culminado con éxito cinco años de arduos estudios, y un sinfín de ilusiones en nuestra próxima misión. Ese día causábamos grata envidia de compañeros de los grados anteriores, nos contemplaban sonriendo y gozando también el momento, imaginando esa futura estampa en ellos, como así lo soñamos cuando veíamos a los grupos de quinto año tomarse la deseada fotografía que vimos pasar generación tras generación desde nuestra llegada a primer año, a la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la Universidad Juárez del Estado de Durango. Fuimos treinta compañeros que salimos en la anhelada fotografía del tres de junio de 1978, de la onceava generación de M.V.Z.
Mientras Dios lo permita, nos seguiremos reuniendo para celebrar dos acontecimientos, festejar cuarenta y nueve años de amistad al conocernos en el inicio de la carrera, y conmemorar el cuadragésimo cuarto aniversario de veterinarios. Que increíble es la memoria al recordar anécdotas que no venían a mi mente desde hace tantos años en que tuve la fortuna de conocer a mis amigos, volví a trasladarme al pasado como si hubiese sido ayer, las ingeniosas bromas estudiantiles, las odiseas de los viajes de "estudio", la temible materia de anatomía, los angustiantes exámenes orales, las bellas novias de estudiante, la música de moda, tu mejor amigo, la casa de asistencia, la rivalidad deportiva entre universidades, los atinados apodos que solo los permitíamos entre nosotros.
Nos queda en el recuerdo aquellos rostros apuestos de la juventud de esa fotografía, después de casi cinco décadas, "algo" hemos cambiado, ahora somos abuelos, cabezas encanecidas, calvos, respetables abdómenes, rodillas endebles, todos con anteojos. Nos vemos viejos, pero solo Dios sabe que en el corazón, llevamos la misma juventud de antaño.
Algo mágico aconteció para lograr esa gran amistad, y fue la unión que tuvimos de estudiantes, que más que una escuela de veterinaria, fue una escuela de formación de amigos. Aún recuerdo el examen de admisión, fuimos más de cien participantes, y para terminar el primer semestre, quedábamos setenta alumnos, posteriormente fue disminuyendo el número de compañeros, unos renunciaban y otros se rezagaban a semestres anteriores, teníamos buenos maestros, amigables pero estrictos, para el quinto semestre fuimos treinta compañeros, los mismos que íbamos de la mano, semestre tras semestre, y si alguno reprobaba una materia lo apoyábamos hasta salir adelante, todos llegamos al décimo semestre y logramos graduarnos. Dos compañeros originarios de Durango y uno de Sonora, los veintisiete restantes éramos de la Comarca Lagunera, así que vivíamos en casas de asistencia o rentábamos alguna casa para aminorar los gastos. Creo que por eso resultamos hogareños y buenos esposos, aprendimos a cocinar, lavar, planchar, barrer, además de hacer labores de plomería, albañilería, carpintería, electricidad, mecánica, entre otras cosas, como la de curar animales.
No todo es alegría en nuestras reuniones, nos duele recordar a compañeros que han partido. Juan Ortegón, Alberto Soltero, Ignacio Covarrubias, Leobardo Viramontes, Ricardo Palacios y al Dr. Alfredo López Yáñez, cuyo nombre lleva nuestra generación.
No cabe duda que los amigos viejos son como los buenos libros, son únicos, y adquieren mayor valor con el tiempo. Agradezco el privilegio que me conceden al ser parte de su vida, y espero en Dios los siga bendiciendo con salud, y cuando no los pueda ver, siempre estarán presentes en el pensamiento, pero sobre todo en el corazón.