Gran sabiduría encierra el conocido refrán mexicano que dice "dime con quién andas y te diré quien eres". En el Quijote, Miguel de Cervantes escribe lo mismo si bien desde una perspectiva diferente: "Júntate con los buenos y serás uno de ellos". Lo que es aplicable a la relación entre personas también lo es a los grupos humanos, concretamente a los partidos políticos.
La legislación electoral mexicana previene que los partidos podrán formar coaliciones electorales para los comicios de gobernador, diputados a las legislaturas locales de mayoría relativa y ayuntamientos, y en general a todos los cargos de elección popular, excepto los que sean de representación proporcional. Es decir, para los cargos "pluris" los partidos no pueden formar alianzas.
Lo anterior significa que los partidos cuando deciden formar coaliciones o alianzas para una determinada elección, acuerdan postular a los mismos candidatos. Esto significa que en esos comicios los partidos en lugar de ser adversarios participan como aliados. Lo cual a su vez exige que esos partidos compartan, al menos parcialmente, una misma plataforma política.
Quiere decir que los partidos aliados proponen a los votantes una agenda legislativa común y que asimismo presentan una serie de políticas públicas en las que están de acuerdo en impulsar. La ley exige a los partidos que deciden ir en coalición celebren un convenio que deberán registrar ante la autoridad electoral. Cabe precisar que se está hablando aquí de la institución denominada coalición electoral y no de lo que conceptualmente se entiende por "gobierno de coalición", en el cual el marco jurídico mexicano es prácticamente omiso.
Si dos o más partidos políticos van en coalición en un determinado proceso electoral, quiere decir que durante la campaña política no han de verse ni tratarse -entre ellos mismos y menos aún frente a los votantes- como adversarios y mucho menos como enemigos. Esto a veces no resulta fácil, por varias razones. En primer lugar, por tener esos partidos un origen y trayectoria histórica muy diferentes.
También resulta de alguna manera complicada una coalición electoral si los partidos que la pretenden formar tienen una posición doctrinal radicalmente distinta. Pero salvable si logran ponerse de acuerdo, según ya se indicó, en una plataforma legislativa y agenda de políticas públicas parcialmente comunes.
El mayor problema se encuentra cuando hay cuestiones recientes y aun lejanas en el tiempo, que han enfrentado profundamente, en batallas sin cuartel, a esos partidos. Y en mayor medida si tales diferendos son o han sido por señalamientos de carácter ético. Este aspecto sí resulta tremendamente complicado, muy difícil de entender y más aún de asimilar, tanto por los propios militantes de los partidos a coligarse como de los votantes y por la sociedad en general.
Mayor complicación agrega el hecho de que el partido o partidos (por ejemplo Morena y sus aliados) adversarios comunes a los de la potencial alianza (pongamos PAN y PRI) proceden a hacer notar, incluso magnificar, ante la opinión pública, a través de intensas campañas mediáticas, tales cuestiones para descalificar a la coalición que eventualmente enfrentaron.
Al PRI le quedan en todo el país un par de bastiones. Son éstos los últimos dos estados con gobernador emanado de sus filas y en los que jamás ha habido alternancia.
Se trata de Coahuila y el Estado de México, que el año próximo tendrán elecciones para gobernador. Uno y otro tienen el priismo más rupestre y cavernario. Quizá mayormente el primero que el segundo. Por ello no resulta fácil ir en alianza electoral con ese priismo sin caer en cierto desdoro y desprestigio. Razón por la cual aquél, si pretende hacer alianza, debe estar dispuesto a proclamar su mea culpa, admitir sin regatos sus errores de todo tipo y demostrar con hechos -precisos y verificables- su verdadero propósito de enmienda. De no ser así, acelerará su tendencia irremediable a desaparecer.