(FERNANDO COMPEÁN)
La doctora María Angélica Martínez Rodríguez posee un olfato arquitectónico que la insta a explorar las edificaciones a lo largo de los siglos. Con sentido amplio y agudo, observa cada inmueble no sólo considerando su estética, sino también su contexto social. Consciente de sus raíces, visitó Torreón para presentar su libro ‘El momento del Durango barroco’, en un evento que se efectuó la noche del pasado miércoles en las instalaciones del Archivo Municipal.
Doctorada en arquitectura por la Universidad de Navarra, la autora creció en las calles de Durango capital. Ha enfocado su labor docente en el estudio de la historia y teoría arquitectónica. Llamada por la arquitectura del centro histórico duranguense: la piedra tallada, los motivos ornamentales, entre otros.
“El tema de estudio estaba bastante claro: profundizar en esa arquitectura de la ciudad de Durango. Sí bien había fuentes bibliográficas y alguna que otra información, no era una historia completa, sobre todo, desde el punto de vista de historia de la arquitectura”.
Dado el primer paso en sus estudios de doctorado, Martínez Rodríguez abrazó el tema y se percató de que en Durango existían dos grandes periodos arquitectónicos importantes: el momento barroco del siglo XVIII y luego el Porfiriato del siglo XIX.
“Me dediqué exclusivamente a ese momento barroco, que es la segunda mitad del siglo XVIII. Estando en España, tuve oportunidad de consultar el Archivo General de Indias completo, detalladamente. Luego hice viajes a México para consultar el Archivo Histórico del Arzobispado de Durango, el Archivo Histórico del Estado de Durango, la Biblioteca Gallegos. Es decir, todos los archivos disponibles de la misma ciudad, más el Archivo General de la Nación y algunas colecciones que hay en Estados Unidos”.
‘El momento del Durango barroco’ es un libro con un sencillo esquema dividido en cuatro capítulos. Los dos primeros hablan sobre antecedentes y contexto histórico: cómo se fue conformando la Nueva Vizcaya y el estado de Durango. La autora también aborda las vicisitudes y los problemas que tuvo la capital para surgir como ciudad y su apogeo gracias a las minas de plata.
“Me meto también en cómo era la casa del siglo XVIII, cómo se vestían (las personas), cómo se divertían, qué comían, eso contextualiza un poco. Luego me meto en la figura del arquitecto; con distintos documentos voy trazando la historia de la figura del arquitecto en aquella época, desde sus atribuciones siendo maestro mayor, arquitecto alarife, maestro carpintero, porque todos ellos construyeron en aquella época. Luego está el cliente y finalmente miro un poco las fuentes de inspiración del arquitecto”.
Mientras que la segunda parte del volumen está dedicada a un estudio pormenorizado de cinco edificios, tres religiosos (la catedral de Durango, el Colegio de los Jesuitas, la Iglesia de Santa Ana) y dos civiles (el Palacio del Conde de Súchil y el Palacio Zambrano).
En palabras de la investigadora, el barroco duranguense se distingue por elementos como la cornisa ondulada que remata los edificios, el piñón o remate sobre la cubierta de las fachadas, así como los materiales y el color de la cantera.
“Luego hay motivos que se repiten. Por ejemplo, podemos apreciar en la catedral que hay elementos que se repiten o son familiares con la casa del Conde de Súchil, que es uno de los mejores palacios de la ciudad”.