Mañana 3 de junio se cumplen cien años del fallecimiento de Franz Kafka, enigmático escritor reconocido por develar en letras los aspectos más sombríos de la condición humana.
Mañana 3 de junio se cumplen cien años del fallecimiento de Franz Kafka, enigmático escritor reconocido por develar en letras los aspectos más sombríos de la condición humana. Textos como “La metamorfosis”, “El proceso”, “El castillo” o “Un artista del hambre” ejemplifican lo anterior. Estos aspectos no fueron ignorados por los compositores del siglo XX, quienes encontraron en el mundo kafkiano una inspiración para sus partituras.
Kafka nació 3 de julio de 1883, en Praga, cuando esta ciudad pertenecía al Imperio Austro-Húngaro. Se crio en los guetos judíos de esa ciudad. Vivió marcado por la muerte de dos de sus hermanos, suceso del cual se sentía culpable. Durante la adolescencia comenzó a escribir, influenciado por los grandes filósofos. Franz era un tipo entregado al silencio, se sabe que su relación con la música fue algo compleja.
La enigmática escritura de Kafka no pasó desapercibida para el compositor húngaro György Kurtág (1926), quien logró captar el espíritu del autor en una de sus partituras.
FRAGMENTOS DE KAFKA
György Kurtág decidió sumergirse en los diarios, cartas y demás textos privados de Kafka. Los leyó durante un breve exilio en París. Entonces agonizaban los años cincuenta y el músico se marcó también por los encuentros que sostuvo con la psicóloga Marianne Stein, a quien dedicó sus lecturas.
Tras retornar a Budapest, Kurtág se convirtió en un reconocido músico, dedicado a formar un lenguaje propio. Durante años recolectó frases kafkianas (provenientes de diarios, cartas y correspondencia con su confidente más cercana: Milena Jesenská) hasta crear una colección personal. En total, el compositor logró reunir 40 frases que se convertirían en los pilares de una de sus creaciones. A cada una de estas frases le puso música.
Fragmentos de Kafka (1985-1987) es una ópera conformada por cuatro secciones (Parte I, Parte II, Parte III y Parte IV), donde se reparten las 40 frases ya citadas (en fragmentos desde 33 segundos hasta seis minutos de duración). Su composición es una especie de diario personal kafkiano, pero también un diario del propio compositor: los secretos literarios de Kafka, son los secretos sonoros de Kurtág. La partitura está escrita para dueto entre violín y voz soprano. Puede considerarse también de un ciclo de canciones o una obra de teatro musical (la UNAM la describe como “una ópera inusual”).
Según un texto publicado por la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles (LA Phil), Kurtág no pretende imponer alguna narrativa lineal sobre los textos kafkianos. El compositor se revela como un alma gemela de Kafka; su música complementa y dimensiona en un nivel superior las cerradas visiones del autor literario. La fórmula es emulada en escena por el violinista y la soprano, pues ambos refuerzan mutuamente la expresión emanada de los textos.
El crítico británico Paul Griffiths, quien ha publicado en medios como The New Yorker o The New York Times, indica que esta obra fue la culminación de un periodo donde el compositor trabajó arduamente junto a la soprano húngara Adrienne Csengery. La escritura de Kafka es íntima, pues el escritor dialoga con su Yo interior y el compositor debe hacer lo propio con la partitura. Estos factores añaden complejidad, debido a los cambios de tono y ritmo registrados sobre el pentagrama.
Según Griffiths, las fuentes tomadas de Kafka en esta obra “son como esos trozos de papel arrugado que, al caer en el agua (la música), se despliegan en flores”.
Por su parte, Alex Ross, en su libro El ruido eterno (Seix Barral, 2016) apunta que Kurtág era un “maestro del arte del ‘ni-ni’: un compositor, ni tradicional, ni vanguardista, ni nacionalista, ni cosmopolita, ni tonal ni atonal. Todo intento de descripción de la música de Kurtág ha de ser con reservas: es comprimida, pero no densa, lírica, pero no dulce, sombría, pero no triste, tranquila, pero no calma”.
PRESENTACIÓN EN MÉXICO
Fragmentos de Kafka fue montada en Ciudad de México el 1 y 2 de septiembre de 2018, durante el Festival IM-PULSO Música Escena Verano UNAM, en el auditorio del Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC).
En esa ocasión, la puesta en escena estuvo dirigida por el maestro Jaime Matarredona y contó con la participación de la soprano Irasema Terrazas y el violinista Humberto López. Se trató de una propuesta más próxima al performance, misma que contó con elementos multimedia.