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Sin duda, la tolerancia al disenso nos conviene. Ya lo dijo Octavio Paz: “El otro está en nosotros”. Ese sí es un despertar que hay que procurar.

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ANTONIO ÁLVAREZ MESTA

La rijosidad es un signo de nuestra época. Abundan los detonadores para el estallido emocional, el ánimo pendenciero y la respuesta irascible. Las redes sociales se han convertido en campos de cultivo para el recuento de agravios y para el deseo de venganza. Es cuestión de honor responder con fuerza apabullante a los otros, a los diferentes, a los que descaradamente se empeñan en ser distintos. Es cuestión de honor denostarlos. Se lo merecen. Sus perversas acciones requieren un castigo ejemplar. Que no les queden ganas de volver a manifestarse. 

Pero, ¿quiénes son los otros? La respuesta no podría ser más simplista y sesgada: los otros son los que están mal. Y están mal precisamente porque sus creencias, criterios, grupos y formas de vida son diferentes. Están en el lado incorrecto de la historia, son anormales y están excomulgados. Ellos son distintos y distantes. Son de allá y no pueden ser de acá. “El agua y el aceite no se mezclan”. No solamente son distintos, son opuestos. No únicamente son diversos, son adversarios. No meramente son diferentes, son enemigos. 

Discrepancias y divergencias de todo tipo se arraigan y exacerban. A los conflictos de religión, de política, y —por supuesto— de clase social, se han añadido desde siempre otros motivos que ahora cobran mayor relevancia: diferencias de edad, grupo étnico, nacionalidad, género y orientación sexual, así como maneras de relacionarse con la naturaleza y la cultura. 

Resulta una paradoja que el vocablo woke en sí mismo se haya convertido en motivo de conflicto. De acuerdo al prestigiado diccionario Oxford, woke es “estar consciente de temas sociales y políticos, en especial el racismo”. ¿Qué puede haber de malo en eso? Nada. Incluso la traducción es noble, porque woke da la idea de estar despierto y se sobreentiende que para no caer en engaños que propician injusticias y abusos. 

No obstante la palabra woke ha sido mal usada y abusada y ya lo mismo se usa como elogio para personas progresistas, justas e inclusivas que como insulto a supuestos fanáticos de la llamada “corrección política” que quieren convertirse en censuradores del lenguaje; por ejemplo, imponiendo el uso pronombres neutros y que además, a su entender, están minando los valores fundantes de la civilización occidental. 

Sectores de derecha reducen el término woke a movimientos como el feminismo radical, el ambientalismo extremo, el ateísmo militante, el colectivismo expropiador, el relativismo moral y el laxismo sexual. Donald Trump insiste en señalar que woke siempre equivale a fracaso y que ha debilitado a Estados Unidos al grado de llevarlo al borde del abismo. El presidente argentino, Javier Milei, insiste en que lo woke es una modalidad colectivista que cancela libertades y sume a la población en la pobreza. 

Por su parte, también hay grupos de izquierda que quieren deslindarse de lo woke. Históricamente la izquierda se ha caracterizado por priorizar la emancipación económica y la justicia social, por su perspectiva internacional y su confianza en el progreso basada en un análisis riguroso de las estructuras sociales. Por el contrario, lo woke se caracteriza por el empoderamiento de individuos y grupos, por su emotivismo visceral y por su visión pesimista del porvenir. La filósofa de Harvard Susan Neiman lo explica así: “El wokismo es un relativismo pesimista que reduce todo conflicto a un problema de identidad. La izquierda, en cambio, tiene la esperanza de mejorar la sociedad, abogando por el bien común, mediante la lucha por un conjunto de derechos que no son otros que los derechos humanos, incluyendo no sólo los derechos políticos, sino también los sociales y los económicos”. 

La visión pesimista alimenta el odio que impide la elevación, el verdadero progreso. Nadie mejor que el dramaturgo y ensayista alemán, Bertolt Brecht, para decirlo: “El odio, incluso a la mezquindad tuerce los rasgos. La ira, incluso contra la injusticia endurece la voz. Oh, nosotros, que quisimos preparar el terreno para la amistad, nosotros mismos no pudimos ser amistosos”. 

Entonces busquemos el bien común. Cobremos conciencia y seamos amistosos con nosotros mismos fortaleciendo la comunidad. Sin duda, la tolerancia al disenso nos conviene. Ya lo dijo Octavio Paz: “El otro está en nosotros”. Ese sí es un despertar que hay que procurar.

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Escrito en: Antonio Álvarez woke cultura woke derecha izquierda

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