Hace muchos siglos atrás cuando el continente sudamericano prosperaba y florecía sin la sombra de la sangrienta Conquista, existió un Imperio que crecía mediante guerras, conquistas internas y alianzas con otros pueblos vencidos, aquel gran Imperio, era el Imperio de los Incas, nuestros ancestros. Se cuenta que existió un Inca que era tan noble, poderoso, valiente, orgulloso, pero a la vez, preocupado por su pueblo, durante su reinado el Imperio creció en riquezas, infraestructura, autoridad. Por sus logros y proezas fue muy admirado lo que le permitió poseer una panaca real muy extensa pues a diferencia de otros gobernantes a él se le permitió tener 4 coyas o esposas.
Pasaron los años y el Inca, quien a pesar de todo su poderío era un ser humano como todos nosotros empezó a envejecer y a enfermar. Debido a su edad aunque mantuviera el porte digno y su largo cabello tan negro como en su primera juventud, él sabía que Wañuy, o el momento de morir se encontraba cerca así que habiendo nombrado a su heredero para que formara su propia panaca real y empezara a prepararse a gobernar tras su muerte, mandó a llamar a sus cuatro coyas para expresar su última voluntad.
A su lecho corrieron presurosas las 4 Coyas, la cuarta se llamaba Coya Kuru, quien siendo la más joven era poseedora de una gran belleza, ojos grandes y negros como la noche, una figura contorneada, labios carnosos y un cabello negro y brillante que caía como una cascada de seda en su espalda. Su ñañaca o cubrecabeza estaba hecho con los hilos de vicuña más finos y sostenidos por un tupayauri o prendedor de oro con la efigie del Inti o Dios sol, su lliclla o mantilla tenía coloridos bordados de flores y aves nativas del Imperio, su acsu o túnica también estaba hecha con los hilos más delicados al igual que su tocapo o franja el cual tenía hilados de flores en plata y oro, para completar el atuendo calzaba unas preciosas ojotas del mejor cuero de alpaca.
El Inca quedó hechizado por su belleza y le dijo: - Tú mi bella Coya Kurku, la más hermosa de mis esposas a la que siempre consentí, cuidé y cumplí todos tus deseos yo, tu Señor quiere pedirte una última cosa y es que seas tú mi compañera en el mundo de los muertos para siempre. Coya Kurku lo miró espantada por su deseo y moviendo la cabeza se negó diciendo.
-Mi Señor, no puedo cumplir tu último deseo, tú ya estás viejo y yo aún soy hermosa y joven así que el mundo aún necesita de mi belleza para que sea más hermoso.- dicho esto se retiró presurosa con sus sirvientas para arreglarse para la coronación del nuevo Inca. El anciano Inca se sintió muy dolido por las palabras de su Coya más hermosa, sin embargo, no se desanimó y llamó a su lado a su tercera esposa, Coya Chuqui, una atractiva mujer quizás no tan arrebatadora como su cuarta esposa pero poseedora una belleza exótica pues sus ojos eran de un color como el bronce recién pulido, sus vestimentas eran de colores menos vivos, pero poseía hermosas joyas que resaltaban en su lliclla negra, sus orejas coronadas con pesados aretes de turquesa y oro, en su cuello hermosos y elaborados collares de plata y oro representando al Inti Sol y a la Killa Luna, sus tobillos coronados con brazaletes de oro y ónix. Todas aquellas joyas hacían de su tercera esposa una mujer elegante que atraía las miradas de todos.
El Inca se dirigió a ella admirado. - Coya Chuqui, siempre fuiste mi orgullo, en las reuniones diplomáticas con otros gobernantes tú siempre eras mi acompañante pues eras el testimonio de la riqueza, fortuna y abundancia de nuestro Imperio, estuviste a mi lado cuando se inauguraron los templos a la Luna , el Sol, los acllahuasi, las casas de estudio de los amautas o yachaywasi. Por esa lealtad que me demostraste te pido a ti que seas mi compañera en el mundo de los muertos que reclama mi presencia ahora.
Sobresaltada Coya Chuqui le respondió.
- Mi Señor como dijo su cuarta Coya, yo también aún soy joven y atraigo miradas con todas las riquezas que poseo gracias a ud. Por lo tanto, aún no estoy dispuesta a renunciar a la vida para seguirlo al mundo de los muertos, porque una vez que Ud. No esté en este mundo, pienso casarme nuevamente pues aún veo que muchos hombres poderosos de la Corte me desean así que discúlpeme pero voy a arreglarme para la coronación de nuestro nuevo Inca. Dicho esto salió rápidamente seguida por sus sirvientas a prepararse para encontrar a un nuevo marido y Señor.
Decepcionado el Inca se dirigió a su segunda esposa, una mujer madura vestida con una lliclla de color púrpura, su ñañaca era elegante y sencilla, sostenida con un delicado prendedor de plata, ya había pasado su primera juventud pero conservaba una mirada dulce y compasiva, su cabello largo y trenzado en varias secciones, le daban un aire de dignidad que el Inca sólo pudo reconocer en estos momentos, esperanzado se dirigió a ella diciendo.
- Mi querida segunda esposa, Coya Waylluy, cuando necesitaba consejo, alivio a mis penas y preocupaciones como gobernador de este Imperio, siempre estuviste a mi lado aconsejándome, dándome ánimos en los momentos más difíciles, con mis últimas fuerzas te pido si deseas seguir a tu Señor a la tierra de los muertos cuando llegue mi hora. Los ojos de la Coya se llenaron de lágrimas, en su mirada se veía una gran pena, sin embargo con voz firme le contestó.
- Mi Señor, siempre estuve a su lado a pesar de todo, en los momentos más difíciles yo fui su consuelo y apoyo. Pero con los años sus atenciones fueron cada vez más para su tercera y cuarta coya dejándome a mí a un lado. No soy tan joven, ni hermosa como ellas ahora, pero fui feliz a su lado y me dio el mejor regalo que son mis hijos, yo deseo pasar mis últimos días rodeada del amor de mis hijos y nietos, por todo el amor que le tuve lo único que puedo hacer es acompañarlo hasta el momento de que se realicen sus funerales. Dicho esto salió dignamente de la habitación del Inca, con el rostro lleno de tristeza seguida por sus sirvientas y algunas de sus hijas.
El Inca agonizante se sentía muy triste, tres de sus Coyas se habían negado a seguirlo a la tierra de los muertos, a pesar de que siempre fue un buen esposo con todas ellas, pero observando a su primera Coya se dio cuenta que se había engañado a sí mismo al pensar que había sido justo con las 4.
Su primera coya, su primera esposa Coya Nuna se encontraba en un estado lamentable, su lliclla estaba hecha del algodón más sencillo, su ñañaca vieja y deshilachada, su manto descolorido, no tenía ninguna joya, incluso andaba descalza sin ojotas. Su rostro lucía demacrado surcado por arrugas y sus cabellos que él en su juventud recordaba azabache como la noche ahora eran de un color blanco como las nieves de los apus, parecía ser ella la que estaba más cerca de la muerte que el propio soberano. En conclusión su estado era lamentable. El Inca iba a dirigirse a ella cuando en ese momento la anciana coya se arrodilló ante él y le dijo.
- Mi Señor, sé que no soy tan hermosa como su cuarta Coya, ni llevo joyas tan hermosas como su tercera Coya, tampoco pude aconsejarlo en sus peores momentos como su segunda Coya, sin embargo, mi Señor estoy dispuesta a seguirlo como siempre lo he hecho hasta la tierra de los muertos si es su deseo.
El Inca la miró compadecido y conmovido y sólo atinó a decir. - Debí cuidarte más mi querida Coya Nuna, ahora lo entiendo todo. Tú siempre estuviste para mí en todo momento pero no sé qué pasó que mis ojos dejaron de mirarte y te relegué a un último plano. En estos últimos años sólo me dediqué a complacer a Coya Kuru y a cuidarla, exploté a mi pueblo y conquisté sin piedad para que Coya Chuqui tuviera más y hermosas joyas, sin pensar en el bienestar de la gente que era obligada a servirme.
Me distraía de mis problemas con Coya Waylluy y mis hijos, para no pensar en las cosas que realmente me atormentaban en mi interior. Por todo eso y más te pido perdón mi querida Coya Nuna. Dicho esto el Inca cerró sus ojos y expiró tranquilamente y el mismo momento que partió Coya Nuna se dejó caer en su pecho por última vez. Unidos para siempre en la tierra de los muertos.
Este cuento adaptado al Imperio Inca, es una metáfora que voy a explicar. Todos nosotros somos el Inca. Todos tenemos en nuestra vida 4 amores, 4 coyas, 4 esposas. Coya Kuru o la cuarta esposa se refiere a nuestro cuerpo, no importa cuánto lo cuidemos o protejamos al momento de morir, es lo primero que nos abandona. Coya Chuqui o la tercera esposa, se refiera a nuestras riquezas materiales no importa cuán rico seas, al momento de la muerte tus bienes materiales pasan a otra persona. Coya Waylluy o la segunda esposa representa el amor sincero de los amigos y la familia que por más que nos quieran lo más que pueden hacer es acompañarnos hasta el momento de nuestro entierro. Coya Nuna o la primera esposa representa a nuestra Alma, que es la única que está con nosotros desde que nacemos hasta más allá de la muerte. Nuestra alma, que muchas veces dejamos de lado y no la cultivamos con buenas obras, acciones y amor a nuestros semejantes por vivir obsesionados con nuestra apariencia, nuestras riquezas y la cantidad amigos o familia que tenemos ya sea su cariño real o interesado como los likes de Facebook.
Que esta pequeño relato nos haga reflexionar porque al final el camino del nacimiento y el camino de la muerte por el que todos tenemos que pasar, sólo lo hacemos con nuestra querida Nuna o Alma, así que a vivir de manera plena, justa, limpia y feliz.
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